La arquitectura no es decoración, que quede claro
no solo para los ajenos a esta practica, sino también para los arquitectos, que hoy se han perdido en un mar de frivolidades y caprichosas decisiones…
La arquitectura no es ornamentos.
no es snobismo,
no es “decoración de interiores”,
no es columnas griegas en las entradas de las casas,
no es edificios con descomunales e inútiles vidrieras,
no es acero encarecido con objetivos de status.
La arquitectura no es un alarde de plasticidad en la forma.
De un tiempo para acá, los arquitectos, al parecer de todo el mundo, perdieron el norte, y a pesar de que siempre se ha enseñado en las escuelas de arquitectura que ésta es una disciplina de “servicio”, de repente ya solo son puras palabras bonitas. Para todos el servicio es una incógnita ¿Cómo servir siendo arquitecto?
Hoy, la arquitectura esta vacía y está solo al servicio de los que pueden pagarla (que son pocos). Sin contenido porque no responde a las necesidades ni de nuestro tiempo, ni de nuestros clientes, ni de nada; responde a modas, a presunciones, a ideas poco estudiadas, por tanto en el proceso de diseño se imponen los caprichos del diseñador y la desinformación del cliente, obteniendo como resultado obras vacuas.
Y a todo esto ¿qué hay de malo con las frivolidades?...
Pongámoslo así: si el cuerpo es el recipiente del alma y es necesario que este cuerpo funcione adecuadamente para algún día perfeccionarnos, es indispensable que las ciudades que son el recipiente de la humanidad, sean reflexionadas a la hora de crear cada rincón, sin injusticias, sin choques, sin rezagos, para corregirnos como seres.
Por lo anterior un arquitecto debe poner a prueba sus propios trazos, cada propuesta encarecerá el proyecto y habrá elementos que a pesar de su costo serán vitalmente importantes, como el caso de una ventana que da iluminación y ventilación a un espacio, ni aun siendo una necesidad tan obvia podrá contemplársele como un hecho, solo al haberse estudiado sus impactos sobre el habitante, su costo, sus beneficios espirituales o físicos y determinar con la suma de estos el propósito de su existencia. Así se llega a la arquitectura con sentido, dejando de lado las escenografías.
Si bien es cierto el desconcierto de los profesionales, también la población que somos el origen y final de toda obra construida a sido llevada a la oscura situación de no entender para que le sirve y por que necesita un arquitecto.
El cliente, siempre deberá exigirle razones, no formas, no caprichos, sí necesidades, no imitaciones, sí consejos, sí gustos, si previsión de situaciones. El arquitecto esta ahí para diseñar obras perfectas que le permitan al habitador deslizarse entre espacios, llevando acabo su vida, sin obstáculos provocados por errores en el diseño.
Lamentablemente, por lo que hoy nos acontece, la disciplina que alojo a Platón mientras se sentaba al margen de la acrópolis, o que educó a Darwin mientras ensamblaba sus teorías, está a punto de morir frívolamente y sin serle útil al hombre, mismo que le confiara su civilización a ella.
Es entonces, que aquel que diseña deberá tomar más en serio sus decisiones y justificarlas sabiamente sin defenderlas solo porque está casado con una idea, siendo servicial sin exprimir económicamente a sus clientes, brindando sus servicios como lo hace un buen médico que sabe cuándo no es posible exigir remuneración, buscando proyectos que mejoren este mundo y no esperando que los proyectos lo encuentren o lo convenzan por razones económicas y solo así, logrará alejarse del concepto de la arquitectura vacía que tan rápido consume a la ciudad, haciéndola un lugar simple, ruidoso y sin sentido.